lunes, 31 de marzo de 2008

Primer Examen Parcial de Literatura

ECLIPSE: ANALISIS SEMIOTICO

No. 1. ARGUMENTO:
Fray Bartolomé Arrazola se pierda en la selva poderosa de Guatemala, encontrándose en tal situación, quería desaparecer de este mundo. No tenia esperanza alguna. Quien tres años después fue victima de un sacrificio realizado por los indígenas de esa región, quienes le dieron muerte a pesar de sus conocimientos filosóficos y poco dominio de las lenguas nativas que poseía las utilizo para salvarse de tal sacrificio pero fue inútil ya que ellos también tenían esos conocimientos. Y dos horas después el corazón de Fray Bartolomé chorreaba su sangre sobre la piedra de los sacrificios.

No. 2.CONFLICTO:

Hay dos muy fuertes el primero se da cuando el se pierde en selva de tierras Guatemaltecas y la Segunda la aproximación de su muerte en manos indígenas debido a un sacrificio.

No. 3. SECUENCIA:

Situación Inicial: Fray Bartolomé Arrazola está con vida.

Proceso: Lo indígenas Encuentran a Fray para sacrificarlo

Situación final: Muerte de Fray Bartolomé Arrazola

No. 4. OPOSICIONES:

Fray Bartolomé - Indígenas

Conocimientos Filosóficos – Ignorancia

Engaño – Verdad

Vida - Muerte

No. 5. EPACIOS:

Altar de Sacrificios en selva poderosa de Guatemala.

No. 6. TIEMPOS:

Pasado y presente

No. 7. MENSAJE IDEÓLOGICO:

Es totalmente racista. Primero el se sintió en cierto momento superior a ellos debido a sus conocimientos astrológicos. Segundo: Confundir sus ideales religiosos y tradiciones (culturas) y entablar nuevas dogmas religiosas.

domingo, 30 de marzo de 2008

"CASA TOMADA" JULIO CORTAZAR


Nos gustaba la casa ya que en ella conservábamos recuerdos como el de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres así como toda nuestra infancia sin mencionar lo espaciosa y antigua (ya que estas casas sucumben lo ventajoso de los materiales utilizados para su construcción).


Únicamente Irene y yo la ocupábamos, lo que significaba una locura ya que en que ella podían habitar ocho personas sin estorbarse. Limpiábamos por la mañana, levantándonos a las siete y a eso de las once le dejaba a Irene las últimas habitaciones por limpiar y me iba a la cocina. Almorzábamos siempre puntuales alrededor del medio día ya que para ese lapso no quedaba nada más que los platos sucios. Nos era placentero almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. Hasta había veces que pensábamos que ella fue la causa por la que no llegamos a casarnos. Irene rechazó a dos enamorados sin motivo alguno, y a mi se me murió María Esther antes que nos comprometiéramos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencio matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Moriríamos allí algún día y nuestros primos se quedarían con ella y la echarían a perder para enriquecerse con el terreno y su construcción; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene nació para no molestar a nadie. Aparte de su rutinaria actividad se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé porque tejía tanto, creo que la mujeres tejen cuando en ella han encontrado el pretexto de no hacer nada. Irene era todo lo contrario, porque lo que tejía eran siempre cosas necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. Y cuando no le gustaba algún chaleco que tejía para ella lo descosía y lo hacia de nuevo; era divertido ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder la forma que hace algunos segundos tenía. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene confiaba en mi gusto, le agradaban los colores y nunca tuve que devolver las madejas. Además aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente se había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso de la Argentina.

Pero no es de esto de lo que quiero hablar sino de la casa y de Irene ya que es lo que realmente me interesa contar ya que yo no tengo importancia. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día en el cajón de debajo de la cómoda de alcanfor lo encontré lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina , apiladas como en una mercería, no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba el dinero de los campos y el dinero aumentaba. Pero a ella solo le entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mi se me iba el tiempo viéndole las manos con erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos cestas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Como olvidar los ambientes de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes que daban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Únicamente un pasillo con sus maciza puerta de robe aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el pasillo que conducía a la parte mas retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más adelante empezaba el otro lado de la casa, o bien se podría girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte d ela casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpeza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad muy limpia, pero solo se debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; de trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
Lo recordaré con toda claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene como siempre tejiendo en su dormitorio, ya eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita de marte. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo escuché, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que se traía desde aquellas piezas hasta la puerta. me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad. Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando regrese con la bandeja de mate le dije a Irene:
- Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
Dejo caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
- ¿Estás seguro?
Asentí
- Entonces –dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.


Yo cesaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardo un rato en continuar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco gris; a mi me gustaba ese chaleco.

Al principio nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas, un par de pantuflas que tanto la abrigaban en invierno. Yo extrañaba mi pipa de enebro y supongo que Irene pensó en su botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia pero esto solamente sucedió los primeros días cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
- No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aún levantándonos tarde a las nueve y media por ejemplo; nos daban las once y ya no había más que hacer.
Irene se acostumbró a ir a la cocina conmigo y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y decidimos esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.

Irene estaba alegre porque tenía más tiempo para tejer. En cambio yo estaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para entretenerme. Nos divertíamos mucho, cada quien en lo suyo, casi siempre juntos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:

- Fíjate este punto que me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadrito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.

(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca me acostumbre a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grades sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.

Aparte de eso todo era silencio en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de la agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo mencionado, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos más despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza.
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.


Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
(2) CONFLICTO:
la casa en que vivían
(3) SECUENCIAS:
- Situación Inicial: Poseen la casa por completo y es Eufórica.
- Proceso: La casa es tomada violentamente por tramos.
- Situación Final: Son desplazados de la casa, sin lograr sacar nada y sigue siendo Eufórica.
(4) OPOSICIONES
La casa, Irene y Él
(5) ESPACIOS
La casa y especialmente: la cocina, la sala, el cuarto de Irene, el comedor, la biblioteca, el zaguán.
n
(6) TIEMPOS
Es relatado en pasado más sin embargo contiene escrituras en presente.
(7) MENSAJE IDEOLÓGICO
Este esta totalmente relacionado con la clase burguesa ya que nos pudimos dar cuenta de que habla completamente de comodidades. Además no es esto únicamente lo que se ha querido expresar en este cuento ya que nosotros sabemos que lo más importante es la forma de cómo ellos se comportaron en donde también está claro que estaban totalmente vinculados con los de la izquierda ya que mencionan que cierto momento estuvieron de acuerdo con lo que estaba sucediendo en el interior de la vivienda aceptando que la misma fuera tomada por otros.

domingo, 16 de marzo de 2008

CONDUCTA EN LOS VELORIOS, AUTOR JULIO CORTÁZAR



No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese diálogo con la sombra. Pero si de la pausada investigación de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio esté a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente.


En Pacífico las cosas ocurren casi siempre en un patio con macetas y música de radio. Para estas ocasiones los vecinos condescienden a apagar las radios, y quedan solamente los jazmines y los parientes, alternándose contra las paredes. Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fácilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien, y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados por algún pariente cercano.


Una o dos horas después toda la familia está en la casa mortuoria, pero aunque los vecinos nos conocen bien, procedemos como si cada uno hubiera venido por su cuenta y apenas hablamos entre nosotros. Un método preciso ordena nuestros actos, escoge los interlocutores con quienes se departe en la cocina, bajo el naranjo, en los dormitorios, en el zaguán, y de cuando en cuando se sale a fumar al patio o a la calle, o se da una vuelta a la manzana para ventilar opiniones políticas y deportivas. No nos lleva demasiado tiempo sondear los sentimientos de los deudos más inmediatos, los vasitos de caña, el mate dulce y los Particulares livianos son el puente confidencial; antes de media noche estamos seguros, podemos actuar sin remordimientos. Por lo común mi hermana la menor se encarga de la primera escaramuza; diestramente ubicada a los pies del ataúd, se tapa los ojos con un pañuelo violeta y empieza a llorar, primero en silencio, empapando el pañuelo a un punto increíble, después con hipos y jadeos, y finalmente le acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias, darle a oler agua de azahar y consolarla, mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis.


Durante un rato hay un amontonamiento de gente en la puerta de la capilla ardiente, preguntas y noticias en voz baja, encogimientos de hombros por parte de los vecinos. Agotados por un esfuerzo en que han debido emplearse a fondo, los deudos amenguan en sus manifestaciones, y en ese mismo momento mis tres primas segundas se largan a llorar sin afectación, sin gritos, pero tan conmovedoramente que los parientes y vecinos sienten la emulación, comprenden que no es posible quedarse así descansando mientras extraños de la otra cuadra se afligen de tal manera, y otra vez se suman a la deploración general, otra vez hay que hacer sitio en las camas, apantallar a señoras ancianas, aflojar el cinturón a viejitos convulsionados. Mis hermanos y yo esperamos por lo regular este momento para entrar en la sala mortuoria y ubicarnos junto al ataúd. Por extraño que parezca estamos realmente afligidos, jamás podemos oír llorar a nuestras hermanas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y nos recuerde cosas de la infancia, unos campos cerca de Villa Albertina, un tranvía que chirriaba al tomar la curva en la calle General Rodríguez, en Bánfield, cosas así, siempre tan tristes. Nos basta ver las manos cruzadas del difunto para que el llanto nos arrase de golpe, nos obligue a taparnos la cara avergonzados, y somos cinco hombres que lloran de verdad en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es el de ellos, que solamente ellos tienen derecho a llorar así en esa casa. Pero son pocos, y mienten (eso lo sabemos por mi prima segunda la mayor, y nos da fuerzas). En vano acumulan los hipos y los desmayos, inútilmente los vecinos más solidarios los apoyan con sus consuelos y sus reflexiones, llevándolos y trayéndolos para que descansen y se reincorporen a la lucha.


Mis padres y mi tío el mayor nos reemplazan ahora, hay algo que impone respeto en el dolor de estos ancianos que han venido desde la calle Humboldt, cinco cuadras contando desde la esquina, para velar al finado. Los vecinos más coherentes empiezan a perder pie, dejan caer a los deudos, se van a la cocina a beber grapa y a comentar; algunos parientes, extenuados por una hora y media de llanto sostenido, duermen estertorosamente. Nosotros nos relevamos en orden, aunque sin dar la impresión de nada preparado; antes de las seis de la mañana somos los dueños indiscutidos del velorio, la mayoría de los vecinos se han ido a dormir a sus casas, los parientes yacen en diferentes posturas y grados de abotagamiento, el alba nace en el patio. A esa hora mis tías organizan enérgicos refrigerios en la cocina, bebemos café hirviendo, nos miramos brillantemente al cruzarnos en el zaguán o los dormitorios; tenemos algo de hormigas yendo y viniendo, frotándose las antenas al pasar.

Cuando llega el coche fúnebre las disposiciones están tomadas, mis hermanas llevan a los parientes a despedirse del finado antes del cierre del ataúd, los sostienen y confortan mientras mis primas y mis hermanos se van adelantando hasta desalojarlos, abreviar el ultimo adiós y quedarse solos junto al muerto. Rendidos, extraviados, comprendiendo vagamente pero incapaces de reaccionar, los deudos se dejan llevar y traer, beben cualquier cosa que se les acerca a los labios, y responden con vagas protestas inconsistentes a las cariñosas solicitudes de mis primas y mis hermanas. Cuando es hora de partir y la casa está llena de parientes y amigos, una organización invisible pero sin brechas decide cada movimiento, el director de la funeraria acata las órdenes de mi padre, la remoción del ataúd se hace de acuerdo con las indicaciones de mi tío el mayor. Alguna que otra vez los parientes llegados a último momento adelantan una reivindicación destemplada; los vecinos, convencidos ya de que todo es como debe ser, los miran escandalizados y los obligan a callarse. En el coche de duelo se instalan mis padres y mis tíos, mis hermanos suben al segundo, y mis primas condescienden a aceptar a alguno de los deudos en el tercero, donde se ubican envueltas en grandes pañoletas negras y moradas.


El resto sube donde puede, y hay parientes que se ven precisados a llamar un taxi. Y si algunos, refrescados por el aire matinal y el largo trayecto, traman una reconquista en la necrópolis, amargo es su desengaño. Apenas llega el cajón al peristilo, mis hermanos rodean al orador designado por la familia o los amigos del difunto, y fácilmente reconocible por su cara de circunstancias y el rollito que le abulta el bolsillo del saco. Estrechándole las manos, le empapan las solapas con sus lágrimas, lo palmean con un blando sonido de tapioca, y el orador no puede impedir que mi tío el menor suba a la tribuna y abra los discursos con una oración que es siempre un modelo de verdad y discreción. Dura tres minutos, se refiere exclusivamente al difunto, acota sus virtudes y da cuenta de sus defectos, sin quitar humanidad a nada de lo que dice; está profundamente emocionado, y a veces le cuesta terminar. Apenas ha bajado, mi hermano el mayor ocupa la tribuna y se encarga del panegírico en nombre del vecindario, mientras el vecino designado a tal efecto trata de abrirse paso entre mis primas y hermanas que lloran colgadas de su chaleco.

Un gesto afable pero imperioso de mi padre moviliza al personal de la funeraria; dulcemente empieza a rodar el catafalco, y los oradores oficiales se quedan al pie de la tribuna, mirándose y estrujando los discursos en sus manos húmedas. Por lo regular no nos molestamos en acompañar al difunto hasta la bóveda o sepultura, sino que damos media vuelta y salimos todos juntos, comentando las incidencias del velorio. Desde lejos vemos cómo los parientes corren desesperadamente para agarrar alguno de los cordones del ataúd y se pelean con los vecinos que entre tanto se han posesionado de los cordones y prefieren llevarlos ellos a que los lleven los parientes.
FIN

domingo, 9 de marzo de 2008

POEMA A LA IZQUIERDA DEL ROBLE: MARIO BENEDETTI


No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico es un parque dormido
en el que uno puede sentirse árbol o prójimo
siempre y cuando se cumpla un requisito previo.
Que la ciudad exista tranquilamente lejos.


El secreto es apoyarse digamos en un tronco
y oír a través del aire que admite ruidos muertos
como en Millán y Reyes galopan los tranvías

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico siempre ha tenido
una agradable propensión a los sueños,
a que los insectos suban por las piernas
y la melancolía baje por los brazos
hasta que uno cierra los puños y la atrapa.


Después de todo el secreto es mirar hacia arriba
y ver cómo las nubes se disputan las copas
y ver cómo los nidos se disputan los pájaros.






No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
ah pero las parejas que huyen al Botánico
ya desciendan de un taxi o bajen de una nube
hablan por lo común de temas importantes
y se miran fanáticamente a los ojos
como si el amor fuera un brevísimo túnel
y ellos se contemplaran por dentro de ese amor.


Aquellos dos por ejemplo a la izquierda del roble
(también podría llamarlo almendro o araucaria
gracias a mis lagunas sobre Pan y Linneo)
hablan y por lo visto las palabras
se quedan conmovidas a mirarlos
ya que a mí no me llegan ni siquiera los ecos.


No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero es lindísimo imaginar qué dicen
sobre todo si él muerde una ramita
y ella deja un zapato sobre el césped
sobre todo si él tiene los huesos tristes
y ella quiere sonreír pero no puede.


Para mí que el muchacho está diciendo
lo que se dice a veces en el Jardín Botánico.



Ayer llegó el otoño
el sol de otoño
y me sentí feliz
como hace mucho
qué linda estás
te quiero
en mi sueño
de noche
se escuchan las bocinas
el viento sobre el mar
y sin embargo aquello
también es el silencio
mírame así
te quiero
yo trabajo con ganas
hago números
fichas
discuto con cretinos
me distraigo y blasfemo
dame tu mano
ahora
ya lo sabés
te quiero
pienso a veces en Dios
bueno no tantas veces
no me gusta robar
su tiempo
y además está lejos
vos estás a mi lado
ahora mismo estoy triste
estoy triste y te quiero
ya pasarán las horas
la calle como un río
los árboles que ayudan
el cielo
los amigos
y qué suerte
te quiero
hace mucho era niño
hace mucho y qué importa
el azar era simple
como entrar en tus ojos
dejame entrar
te quiero
menos mal que te quiero.
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero puede ocurrir que de pronto uno advierta
que en realidad se trata de algo más desolado
uno de esos amores de tántalo y azar
que Dios no admite porque tiene celos.
Fíjense que él acusa con ternura
y ella se apoya contra la corteza
fíjense que él va tildando recuerdos
y ella se consterna misteriosamente.
Para mí que el muchacho está diciendo
lo que se dice a veces en el Jardín Botánico.

Vos lo dijiste
nuestro amor
fue desde siempre un niño muerto
solo de ratos parecía
que iba a vencernos
pero los dos fuimos tan fuertes
que lo dejamos sin su sangre
sin su futuro
sin su cielo
un niño muerto
sólo eso
maravilloso y condenado
quizá tuviera una sonrisa
como la tuya
dulce y honda
quizá tuviera un alma triste
como mi alma
poca cosa
quizá aprendiera con el tiempo
a desplegarse
a usar el mundo
pero los niños que así vienen
muertos de amor
muertos de miedo
tienen tan grande el corazón
que se destruyen sin saberlo
vos lo dijiste
nuestro amorfue desde siempre un niño muerto
y qué verdad dura y sin sombra
qué verdad fácil y qué pena
yo imaginaba que era un niño
y era tan sólo un niño muerto
ahora qué queda
sólo queda
medir la fe y que recordemos
lo que pudimos haber sido
para élque no pudo ser nuestro
qué más
acaso cuando llegue
un veintitrés de abril y abismo
vos donde estés
llevale flores
que yo también iré contigo.
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico es un parque dormido
que sólo despierta con la lluvia.
Ahora la última nube ha resuelto quedarse
y nos está mojando como alegres mendigos.
El secreto está en correr con precauciones
a fin de no matar ningún escarabajo
y no pisar los hongos que aprovechan
para nadar desesperadamente.
Sin prevenciones me doy vuelta y siguen
aquellos dos a la izquierda del roble
eternos y escondidos en la lluvia
diciéndose quién sabe qué silencios.
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero cuando la lluvia cae sobre el Botánico
aquí se quedan sólo los fantasmas.

Ustedes pueden irse.
Yo me quedo.

domingo, 2 de marzo de 2008

POEMAS 5, 10, 15 Y 20 DE PABLO NERUDA

Entre los poemas 15 y 20, creo que ambos estás intimamente relacionados, en cuanto a lo que se refiere a la lejanía de la persona amada.

...Me gustas cuando callas y estás como distante. Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. Y me oyes desde lejos, y mo voz no te alcanza: déjame que me calle con el silencio tuyo.

...Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y doloroa como si hubieras muerto. Una plabra entonces, una sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

En estos párrafos del poema 15 está diciendo que ella esta muy lejana, en pocas palabras como que ella ya no esta cerca de él y que esa distancia hace que crea que ella estuviera muerta porque no la siente como el quisiera.

...Qué importa que mi amor no puediera guardala la noche está estrellada y ella no está conmigo.

...Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

Si podemos observar en estos párrafos del poema 20 dice exactamente lo mismo que ella ya no está con él.

Además creo que es contradictorio el sentimiento que expresa, porque dice que no la quiere y dice que la quiere. Entonces no define lo que realmente siente por ella.


En el poema 5 el expresa el dolor que ha sido causa de ella, lo que hace que el sienta el mismo dolor que siente ella, poque ambos están sufriendo.

En este poema el quiere tener una relación sin conflictos.

En el pomea 10 trata sobre cuando extraña a la persona que el quiere, ya que de todas las tardes que han sido un rutina y en una de ellas se rompe se ve que no es solo una rutina porque ella no está, entonces se da cuenta de cuanto la extraña.



En si estos cuatro poemas trantan sobre la lejanía de esa persona que aman y extraña. Sólo que de distintas formas.

Me parcen muy buenos estos poemas ya que dicen realmente lo que es. Así como lo que realmente se siente cuando extrañas a alguién que se quiere.




domingo, 24 de febrero de 2008

EN LOS MÁS PROFUNDO

En lo más profundo de nuestros pensamientos, tratamos de ocultar lo que realmente queremos; de esta forma las personas no sabrán lo que realmente sentimos.

Hay muchas personas díficiles de comprender, ya que no se exprensan libremente. Si las personas trataran de expresarse libremente, como realmente son creo que serían más fácil de comprender.

Las personas pueden ocultar muchas cosas pero podrían encontrar ayuda si no trataran de ocultar todos sus sentimientos.

¿Cuántos terosos tienes ocultos..?

ESCRITOR MODELO

Me considero lector modelo de la escitora Yolanda Colom, ya que en su libro Mujeres en la Alborada; relata sobre como fue la época de la guerrilla en nuestro país.

Me pareció muy interesante el libro ya que entre todo esto cuenta como fue la participación femenina en Guatemala.

Además creo que es realmente importante saber un poco sobre nuestra historia política, así veremos que estamos en un país donde no existe democracia y que lastimosamente nos ha tocado vivir en un país en el cual no se lucha más que por su propia conveniencia económica.

Es triste darse cuenta que la marginación que ha tenido la mujer viene desde hace muchos años atrás y sin darse cuenta que pueden dar mucho más de lo que se cree.

La mujer ha tratado de salir adelante por medio de sus propios esfuerzos y es el caso que vivio la escritora Yolanda Colom. En donde relata el trato en el que fue sometida la mujer. Pero también de cuales fueron las primeras luchas para salir adelante de una manera independiente.

Es sorprendente como luchó junto a la guerrilla y todo lo que tuvo que sacrificar para ser leal ante la organización revolucionaria y entre todo esto lo más preciado que dejó fue a su hijo, ya que no podía exponerlo a tanto peligro y en tan corta edad.

Me pareció bastante interesante ya que además de saber todo esto, me dejó mucho que desear y considero que con estas lecturas literarias llegamos a tener muchos conocimientos.