domingo, 30 de marzo de 2008

"CASA TOMADA" JULIO CORTAZAR


Nos gustaba la casa ya que en ella conservábamos recuerdos como el de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres así como toda nuestra infancia sin mencionar lo espaciosa y antigua (ya que estas casas sucumben lo ventajoso de los materiales utilizados para su construcción).


Únicamente Irene y yo la ocupábamos, lo que significaba una locura ya que en que ella podían habitar ocho personas sin estorbarse. Limpiábamos por la mañana, levantándonos a las siete y a eso de las once le dejaba a Irene las últimas habitaciones por limpiar y me iba a la cocina. Almorzábamos siempre puntuales alrededor del medio día ya que para ese lapso no quedaba nada más que los platos sucios. Nos era placentero almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. Hasta había veces que pensábamos que ella fue la causa por la que no llegamos a casarnos. Irene rechazó a dos enamorados sin motivo alguno, y a mi se me murió María Esther antes que nos comprometiéramos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencio matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Moriríamos allí algún día y nuestros primos se quedarían con ella y la echarían a perder para enriquecerse con el terreno y su construcción; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene nació para no molestar a nadie. Aparte de su rutinaria actividad se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé porque tejía tanto, creo que la mujeres tejen cuando en ella han encontrado el pretexto de no hacer nada. Irene era todo lo contrario, porque lo que tejía eran siempre cosas necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. Y cuando no le gustaba algún chaleco que tejía para ella lo descosía y lo hacia de nuevo; era divertido ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder la forma que hace algunos segundos tenía. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene confiaba en mi gusto, le agradaban los colores y nunca tuve que devolver las madejas. Además aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente se había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso de la Argentina.

Pero no es de esto de lo que quiero hablar sino de la casa y de Irene ya que es lo que realmente me interesa contar ya que yo no tengo importancia. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día en el cajón de debajo de la cómoda de alcanfor lo encontré lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina , apiladas como en una mercería, no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba el dinero de los campos y el dinero aumentaba. Pero a ella solo le entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mi se me iba el tiempo viéndole las manos con erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos cestas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Como olvidar los ambientes de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes que daban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Únicamente un pasillo con sus maciza puerta de robe aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el pasillo que conducía a la parte mas retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más adelante empezaba el otro lado de la casa, o bien se podría girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte d ela casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpeza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad muy limpia, pero solo se debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; de trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
Lo recordaré con toda claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene como siempre tejiendo en su dormitorio, ya eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita de marte. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo escuché, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que se traía desde aquellas piezas hasta la puerta. me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad. Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando regrese con la bandeja de mate le dije a Irene:
- Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
Dejo caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
- ¿Estás seguro?
Asentí
- Entonces –dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.


Yo cesaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardo un rato en continuar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco gris; a mi me gustaba ese chaleco.

Al principio nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas, un par de pantuflas que tanto la abrigaban en invierno. Yo extrañaba mi pipa de enebro y supongo que Irene pensó en su botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia pero esto solamente sucedió los primeros días cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
- No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aún levantándonos tarde a las nueve y media por ejemplo; nos daban las once y ya no había más que hacer.
Irene se acostumbró a ir a la cocina conmigo y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y decidimos esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.

Irene estaba alegre porque tenía más tiempo para tejer. En cambio yo estaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para entretenerme. Nos divertíamos mucho, cada quien en lo suyo, casi siempre juntos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:

- Fíjate este punto que me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadrito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.

(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca me acostumbre a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grades sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.

Aparte de eso todo era silencio en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de la agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo mencionado, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos más despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza.
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.


Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
(2) CONFLICTO:
la casa en que vivían
(3) SECUENCIAS:
- Situación Inicial: Poseen la casa por completo y es Eufórica.
- Proceso: La casa es tomada violentamente por tramos.
- Situación Final: Son desplazados de la casa, sin lograr sacar nada y sigue siendo Eufórica.
(4) OPOSICIONES
La casa, Irene y Él
(5) ESPACIOS
La casa y especialmente: la cocina, la sala, el cuarto de Irene, el comedor, la biblioteca, el zaguán.
n
(6) TIEMPOS
Es relatado en pasado más sin embargo contiene escrituras en presente.
(7) MENSAJE IDEOLÓGICO
Este esta totalmente relacionado con la clase burguesa ya que nos pudimos dar cuenta de que habla completamente de comodidades. Además no es esto únicamente lo que se ha querido expresar en este cuento ya que nosotros sabemos que lo más importante es la forma de cómo ellos se comportaron en donde también está claro que estaban totalmente vinculados con los de la izquierda ya que mencionan que cierto momento estuvieron de acuerdo con lo que estaba sucediendo en el interior de la vivienda aceptando que la misma fuera tomada por otros.

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